jueves, 14 de junio de 2012

La edad de oro (1930) - Luis Buñuel


El segundo gran clásico surrealista de don Luis, La edad de Oro, fue una película financiada por los vizcondes de Noailles (unos aristócratas excéntricos mecenas de algunos surrealistas), y en ella plasmará en imágenes las bellas palabras de Breton acerca de la pasión: tanto una energía esencialmente subversiva que aniquila la ilusión de una realidad ordenada por la razón, como la fuente más pura de la intuición poética.
En principio el guión iba a ser escrito nuevamente con la colaboración de Dalí en Cadaqués, pero ante las evidentes desavenencias y malentendidos, el calandino regresaría a Francia para escribirlo en soledad. Alojado, casi recluido, en la mansión de los vizcondes de Noailles en Hyéres, pronto lo terminaría incorporando algunas sugerencias de Dalí que le había enviado por carta (v. gr.: la escena del paseante por el parque que lleva una piedra en la cabeza). Buñuel, a pesar de las escasas aportaciones del pintor ampurdanés (sigue siendo objeto de controversia la escasez o no de las mismas entre los analistas), lo incluiría como coguionista en los títulos de crédito del mediometraje, al igual que en el cartel anunciador del estreno.


La película se exhibiría el 28 de noviembre de 1930 en París en el Studio 28, después de un pre-estreno en la mansión de los Noailles, mecenas y productores de la misma, para quienes era deliciosa, exquisita. Inmediatamente provocaría un gran escándalo, siendo asaltada la sala de exhibición y destruidos los cuadros expuestos en ella de Dalí y Max Ernst, por parte de grupos de ultraderecha que, tras una agresiva campaña en contra, lograron que la película fuera prohibida, sin que pudiera proyectarse de nuevo en Francia hasta la década de los 80 (¡medio siglo después!). Todo lo cual evidencia el carácter revulsivo de sus imágenes y el ataque explícito a las convenciones burguesas y a los pilares de la sociedad biempensante (ejército, religión, familia…).
Pocos días antes del estreno, Buñuel viajaría a los EEUU, invitado por la Metro-Golwyn-Mayer para trabajar en Hollywood. En su ausencia, Dalí, recién llegado con Gala a París, asumiría desvergonzadamente todo el protagonismo. Años después, el pintor en su “Vida secreta” afirmaría con cinismo: que su respeto a la Iglesia y a la religión cristiana le habían impedido participar en un film impío y blasfemo. La repercusión mediática de estas declaraciones perjudicaría sensiblemente a Buñuel que, en un contexto de creciente “caza de brujas” en los Estados Unidos, se vería obligado a dimitir del cargo que ocupaba, en junio de 1943, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.


Al igual que con Un perro andaluz, los exégetas de la obra buñuelana han mostrado verdadero virtuosismo a la hora de interpretar las imágenes de La edad de Oro, pudiendo destacar entre otras opiniones las de Aranda, para quien Buñuel ha hecho de la blasfemia una de las bellas artes, o Breton, que enfatiza en ella la exaltación del amor total. Para el propio director aragonés se trataba de una película romántica realizada con todo el frenesí del surrealismo.


Desde el punto de vista técnico se constata una clara continuidad estilística con Un perro andaluz y, por tanto, la presencia de las referidas anomalías intencionadas de raccord, como en la espectacular escena en que una jirafa es lanzada por una ventana al patio de la mansión y en la toma siguiente se la observa precipitándose por un acantilado hacia el mar. También vemos objetos descontextualizados (máxima de estilo surrealista), como la carreta de campesinos que cruza el salón palaciego, la vaca tendida en la cama o el ministro suicidado contra…¡el techo!. Y, de nuevo, impactantes metáforas greguerísticas como los esqueletos de arzobispos (los “mallorquines”) descompuestos entre las rocas del litoral, el dedo gordo del pie de una estatua que es chupado con lascivia por la amante, el viento que sale del espejo y hace revolotear el cabello de la mujer (con reminiscencias sonoras del cierzo aragonés) o el encadenado de plumas de almohada que se posan sobre el suelo nevado. Todo ello resaltado con abundantes y variados planos y encuadres de detalle, generales y de tipo americano, siempre equilibrados y perfectamente montados de ritmo narrativo.

Junto a estos elementos caligráficos se presentan innovaciones visuales como la utilización del documental (prólogo de los escorpiones) o sonoras, como la introducción de la voz en off (diálogo de los amantes en el jardín), o, muy especialmente, la dramatización de la banda sonora (redoble de los tambores de Calanda, sobre los que Buñuel ha manifestado que: Ignoro qué es lo que provoca esta emoción, comparable a la que a veces nace de la música. Sin duda se debe a las pulsaciones de un ritmo secreto que nos llega del exterior, produciéndonos un estremecimiento físico, exento de razón). Es notable, asimismo, el sarcástico homenaje a su admirado Marqués de Sade con la identificación provocativa y mordaz del personaje del duque de Blangis con la figura de Jesús, ya en el epílogo final.



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