jueves, 15 de marzo de 2012

Sed de mal (1958) - Orson Welles


Es un film de encargo de la Universal para un Welles que ve ya muy lejos sus años de niño prodigio, y que ve cómo se ve relegado a dirigir vehículos de lucimiento de Charlton Heston, amigo del rifle y actor del momento, en un papel de mejicano (¿?, recuerden la excelente escena de Ed Wood - id, 1995-).
Welles sin embargo, realizará a partir de este pequeño encargo, una de sus obras fundamentales, yo diría incluso que más personales, y que más pueden denotar su fuerte personalidad delante y detrás de la cámara. Más que el "Kane", este "Toque diabólico" o "Toque de maldad", es la materialización de Welles, delante y detrás de la cámara en su más pura esencia.
Un reloj, el tic-tac de un reloj. Algo sencillo y comprensible. Pero no es un reloj cualquiera, es el reloj que activa el mecanismo de detonación de una bomba. Como si de otra pequeña película se tratara dentro del film principal, vamos a seguir en breves minutos y con la música de Henry Mancini de fondo, siguiendo ese tic-tac inicial, el viaje de ese reloj desde Méjico hasta Estados Unidos (en la versión reciente fiel a las ideas de Welles sobre el montaje, esta banda sonora impostada no existe, dejándose todo el trabajo a la música incidental de los locales fronterizos que la grúa sobrevuela). El viaje que no sólo es el prodigio técnico tantas veces comentado en la Historia del análisis cinematográfico por lo que significa y por las condiciones en que se rodó, es una de las más detalladas presentaciones del cine sobre personajes, relaciones entre ellos y con el lugar donde se van a desarrollar unos determinados hechos.
Esa presentación, concluye con una explosión, y con la aparición entre el polvo y las sirenas, del verdadero protagonista de esta oscura trama de corrupción y chantaje.
La figura de un Welles que llena la cámara física y psicológicamente, es un prodigioso contrapicado que inunda el cuadro y nos pone de manifiesto por anticipado la categoría como ser humano del personaje. A partir de ahí, y permítanme la licencia, lo de menos es la embarullada trama de mafiosos locales y chantaje, lo importante, es el viaje al conocimiento de ese ser humano contradictorio. Un viaje con semejanzas al del periodista de Kane, pero que aquí hace sólo el espectador, con las ayudas de los puntos de vistas cruzados del insobornable Vargas, paladín de la ley y el orden, y del de la maravillosa Marlene Dietritch, que conoció a Quinland cuando era un policía como Vargas, antes de perder a su mujer, antes de esa proto-diabetes y de esa sed de mal que le hace no ser un policía ortodoxo, fruto de una desesperación y asfixia vital que le ha condenado a no ganar si lo intenta desde la legalidad, a estar atrapado en un cuerpo monstruoso.
Méjico y Estados Unidos son para Quinland dos lugares extremadamente lejanos, aún estando separados por breves metros (a tiro de travelling), porque encarnan dos estapas de su vida y dos formas de ser de sí mismo, completamente alejadas. Por supuesto, el punto de vista de la Dietrich es fundamental, para darle al espectador esa dimensión pasada y desconocida del mostruo, para humanizar ese contrapicado terrible y terrorífico que Welles nos muestra por delante y detrás de la cámara constantemente de sí mismo. «El era un hombre excepcional», recita la Dietrich casi con lágrimas en los ojos antes de entonar ese adiós en castellano que cierra magistralmente la cinta.
De la misma manera que la película es un catálogo de mezquindades más o menos comprensibles, de juegos de luces y sombras, lo mismo sucede en la puesta en escena, donde las luces de los neones de los locales nocturnos o que se cuelan por las rendijas de las habitaciones de moteles perdidos en el desierto, intentan arrojar claridad sobre un subsuelo oscuro que bien parece haber heredado sólamente Lynch treinta años después.
En la versión del montaje de Welles más reciente, la trama mejicana de delincuencia y el secuestro de la mujer de Vargas, están mucho más claros, merced a la inclusión de escenas eliminadas por Universal en el estreno y que eliminan la confusión existente en la cinta en algunos momentos. La figura virginal de la mujer de Vargas, es ultrajada por la suciedad moral de los delincuentes casi adolescentes que la retienen contra su voluntad. Y el paladín, debe luchar contra el crimen y contra la corrupción dentro de su mismo bando, contra la fiera que acorralada no duda en matar a su mejor amigo.
Sin duda, en Sed de mal hay tambien una nostalgia de Welles por tiempos mejores ya pasados, por los tiempos en los que se sentaba junto a María a escuchar la música ya gastada de esa pianola, por los tiempos en que aún no era un policía demasiado decepcionado.
Sed de mal que es para mí el mejor trabajo de este gigante de la pantalla, es además el mejor trabajo de Heston, un actor por otra parte muy limitado que aquí está esforzado y convincente, y el de esa otra grande, la Dietrich, en cuanto a labores secundarias (pero decisivas se refiere).
En un mundo donde las naciones las marcan líneas sobre la tierra, Welles nos muestra como las fronteras no son eso, sino sobre todo espacios vitales en la evolución de la existencia propia, no separados por líneas sino por infranqueable tiempo. Nos muestra que bien y mal, no son tampoco una escala fiable para apreciar la mayor o menor grandeza y humanidad de una persona. Eso está por encima de leyes y opiniones personales.
La lección de Sed de mal, la cinematográfica y la moral, seguirá siendo un punto de referencia para el mundo, por muchos años.
fuente: miradas.net

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