jueves, 13 de diciembre de 2012

Días sin huella (1945) - Billy Wilder


Una persona puede considerse plenamente como tal cuando dispone de todas sus facultades, siendo ella misma la que rige sus deseos, mediante su propia determinación y conciencia, y no hay ninguna fuerza externa que domine sobre ella más que su propio ser. Pero cuando algo que desea se convierte en algo que no puede controlar, en algo más poderoso que una simple necesidad, en una adicción que subyuga a la persona y es la que mueve sus actos, se transforma en una sombra de sí misma, en un ser sin voluntad, ética o moral al que solo le importa tener a su adicción apaciguada, para que no le atormente, hasta que se despierte de nuevo pidiendo cada vez más. Y es también la adicción la que provoca que esta persona sufra constantes cambios de ánimo, que se aleje de las personas que la quieren y obran por su bien, (sólo porque intentan apartarla de ella), que llegue a cometer actos y hasta delitos que en otro estado jamás llevaría a cabo, o que incluso la sumerja en una pesadilla que puede no tener buen fin, pues todo lo que era se encuentra doblegado por las fuerzas que la autodestruyen.
Y un retrato fidedigno de una adicción, en este caso al alcohol, es lo que podemos ver en este gran drama, sobre la vida, caída, frustraciones y decadencia de un escritor (Don Birnam) y su enfermiza relación con la bebida, que será casi capaz de interponerse entre él, su propia vida y el amor y el cariño de aquellos que se preocupan por él, sobre todo su hermano y su tenaz novia Helen Snt James.
Basándose en la novela homónima, el genial Billy Wilder (un año después de deleitarnos con la excelente " Perdición"), construye una película que se hizo con las mayores premios cinematográficos del año 1945 (incluidos el Óscar a mejor película y dirección y la Palma de Oro en Cannes) y que aún mantiene toda su fuerza y poder, en gran parte debido a las magníficas interpretaciones de Jane Wyman como la constante y sufrida Helen, y de Ray Milland, como el inestable y decadente Don, que recibió mnerecidamente el premio de la Academia; un sobresaliente guion; la sabia dirección; y las potente imágenes que nos permiten ponernos en la piel del personaje y emocionarnos con los vaivanes, suifrimientos y penas que vivió en ese fin de semana perdido, que lo llevó desde una oscuridad matizada por el brillo de la botella hasta la luz de la salvación.


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