jueves, 27 de septiembre de 2012

La soledad (2007) - Jaime Rosales


El director de La soledad, Jaime Rosales, no soporta el contacto físico. Notar el roce de alguien en su piel le produce asco. Paradójicamente, el espectador de esta película saldrá de la sala con la piel de la emoción desgarrada.
Para este cineasta “el cine tiene que ser herramienta de conciencia y de conocimiento” y, para ello, apuesta por un estilo radical, sin ninguna concesión a lo fácil o lo vistoso. Él, que no vive de hacer cine -trabaja en el sector inmobiliario-, dice de sí mismo: “soy un señor que tiene su trabajo serio, que se ocupa de su familia y se integra en la sociedad sin resaltar”. Sin embargo, en su actividad fílmica utiliza un lenguaje arriesgado e innovador, sin efectismos huecos. Precisamente con su gramática visual la sinceridad del relato se vuelve más potente.
En La soledad, Adela, una joven separada con un hijo, y Antonia, una mujer con tres hijas ya adultas e independizadas, son las protagonistas. No se conocen, sus vidas tienen solamente un fino hilo común. Asistimos al discurrir cotidiano de sus existencias que son como las nuestras o las de alguien que podamos conocer. Tienen su familia, sus amigos, su trabajo. Las vemos planchando, a la hora de comer. Escuchamos conversaciones llenas de frases que todos hemos oído o pronunciado. Pero Rosales nos hace ver en todo esto algo más y de otra manera. La pantalla se divide en varias ocasiones en dos imágenes, lo que da una perspectiva emocional diferente según veamos al personaje de frente o de perfil. La cámara no se mueve jamás. Son los sujetos quienes entran o salen de plano. La música, inexistente.
Película que se odia o se ama.

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