Dos caras conocidas se lanzan con una propuesta que acabará dirigiendo el irregular Gus Van Sant y
contra todo pronóstico consiguen cautivar a su público y ganar dos
estatuillas a mejor guión original y mejor secundario (Robin Williams en
un excelente papel que nos recuerda a El club de los poetas muertos) en un año en el que Titanic arrasó con todo.
Un argumento que no parece tener más trascendencia, que hemos visto
docenas de veces con mayor o menor acierto, pero que en este caso llega a
emocionar. Un enorme Gus Van Sant consigue acercar al espectador la
visión del protagonista, nos hace desear que se de cuenta de lo que vale y que
salga adelante.
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