miércoles, 6 de junio de 2012

Treinta y nueve escalones (1935) - Alfred Hitchcock


Pensar que este filme, el más admirado de la etapa inglesa de Alfred Hitchcock, el que introdujo el personaje del fugitivo inocente del crimen que se le imputa, y que reune muchas de las referencias que se repetirán en el cine del maestro del suspense, como el de las rubias, los trenes, los falsos culpables, las persecuciones, las escaleras y demás señas de identidad del realizador está a punto de cumplir 75 años de vida se me hace muy extraño.
Y es que THE 39 STEPS (39 escalones) es ante todo un filme adelantado a su tiempo, moderno, en el cual Hitchcock toma la historia original de John Buchan y gracias a una inteligente adaptación de Charles Bennett e Ian Hay lo retrotrae a su estilo, cambiando algunas cosas (básicamente el asunto del Macguffin, lo que en realidad esconde el secreto de los 39 escalones) e impregnándolo de la sorna y el devenir burlesco de todo el metraje, cambiando una obra de suspense de espías por casi si me apuráis una comedia de aventuras al estilo de ahora (o más concretamente de los 80 y 90), con el héroe y la damisela en perpetua guerra de sexos hasta descubrir que las esposas no son lo único que os une.
Y es que lo que más me sorprende de la historia del canadiense Richard Hannay (un brillantísimo, en estado de gracia Robert Donat, aportando con su interpretación y sus diálogos ingeniosos y chispeantes lo que de presencia le quedaba de la herencia del cine mudo) y su estupenda capacidad tanto de meterse en un lio de secretos de estado y espías por arrimarse a unas faldas que no debe como de zafarse de las persecuciones tanto de la policia como de los asesinos de tal dama que encima le acusan a él en un palmo de terreno, demostrando que el ser humano normal en estado de shock y de peligro agudiza el ingenio al máximo, es precisamente lo divertida que es, ya sea en diálogos, acciones (hilarante la escena primera en el music hall con el señor Memoria y los londinenses preguntando cosas tan absurdas -o no- como cuantos años tenía Mae West o como se reproducían los pájaros, y el equívoco- o medio equívoco- del granjero y su mujer y la seducción, además de cualquier diálogo entre Hannay y Pamela- una deslumbrante Madeleine Carroll que rezuma gran cantidad de morbo y erotismo, el que se podía a esas alturas de la historia, amén de una gran química entre ambos y mucha, mucha diversión) y finalmente, en el montaje (como cuando la asistenta descubre el cuerpo de Annabella Smith y el grito es acallado por el tren en el que Hannay escapa pasando por un tunel, y otro detalle aunque éste no por humor cuando se enciende una vela en casa del granjero y acto seguido se ilumina el periódico) así como la gran capacidad de síntesis que hace que la película no dé tregua, sea trepidante de principio a fin y aún hoy (salvo los típicos clichés antiguos como los recordatorios en transparencia y voz en off, las maquetas de helicóptero francamente añejas pero eso es comprensible y normal, los recursos de la cámara rápida en alguna persecución - saliendo de casa del granjero) nos siga entreteniendo como el primer día.
Y es que comparando los 39 escalones con NORTH BY NORTHWEST (Con la muerte en los talones) parece como si fuera la primera una especie de entrenamiento previo a la final de la Champions, aunque desde luego con un entrenamiento así en que todas las teclas resuenan a la perfección costaría decidirse por un equipo titular, y la americana fuera la culminación de un género en sí mismo que inventó Hitchcock y no dejó de desarrollar (alli cada uno con sus preferencias).
Fácil, entendible, estupendamente rodada como acostumbra, bien interpretada por su pareja principal y algunos secundarios de altura (de algun esbirro persecutor cabía esperar algo más) sin más explicaciones que las necesarias, un ritmo brutal y un clímax en un music hall que no por atropellado y rápido queda menos entendido, regado todo por la música de Charles Williams y unas melodías entre las que destaca una que se entreteje agudamente en la trama, 39 escalones se nos perfila como una de las propuestas ganadoras de la historia del cine.
Con paisajes y ambientaciones perfectamente escogidas, en las que la bruma y la oscuridad juegan un papel narrativo de lo que acontece, Hitchcock reúne todo su potencial y lo lanza hacia una audiencia que le adora tocando todos sus mejores temas, en un concierto ligero, sin siquiera medio bis y que se nos hace cortísimo, pero que es un dignísimo repaso de su repertorio que nos hace tararear de camino a casa (en este caso comentar escenas tan buenas como la que pasan juntos en el hotel, entre otras) sus "canciones" felices y contentos en espera de otra cita con el maestro.
Además, aprovecha alguna fisura en la trama en su propio beneficio, y la incredulidad de lo que sucede a Hannay provoca eso, incredulidad en los personajes a los que se lo va contando (sean policias, el lechero, Pamela o el granjero) riéndose con nosotros antes que nos podamos reir de él.
Y es que Hitchcock no es un maestro recto y seco, sino que es el típico docente coleguilla que se acerca a sus alumnos con la simpatía y el humor en vez de con la vieja norma de: la letra, con sangre entra.

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