lunes, 18 de junio de 2012

La pianista (2001) - Michael Haneke


Abandonando, hasta cierto punto, el formalismo de su anterior película, Haneke retoma su particular pugna contra la hipocresía de la clase acomodada occidental y, lejos de propósitos aleccionadores o moralistas, con "La pianista" opta por mostrar sin crueldad una historia de amor violenta, dura y sin concesiones para un espectador exigente y a la altura de su propuesta. ¿Resulta, por ello, su película excluyente? Sin duda, no es un film recomendado sólo a mayores de dieciocho años. El espectador debe prestarse a un juego claustrofóbico en el que debe sentirse dispuesto a comprender a los personajes más que a conocerlos, a mirar de frente a una trama difícil de juzgar. En suma, lo que "La pianista" está pidiendo es una implicación intelectiva y emocional con sus imágenes.
Erika (Isabelle Huppert) es una profesora de piano cuarentona que vive con su madre (Annie Girardot), una señora cuyas únicas motivaciones para seguir viviendo son el hipotético futuro que ella ha construido para su hija como gran concertista de piano, y la bebida en la que disuelve sus abundantes ratos de soledad contra un televisor. De esa convivencia se deriva que la relación madre-hija apenas pasa de ser una aberrante continuación de la que pudiera existir entre una madre y una adolescente. Erika oculta a su madre, que se obstina en tenerla permanentemente controlada, sus oscuras relaciones con el sexo: sus visitas a cabinas de sex-shops, sus experiencias voyeurísticas o sus preferencias masoquistas (a las que sirve perfectamente una madre con la que comparte cama y a la que no duelen prendas en abofetearla).
La irrupción en su vida de Walter (Benoît Magimel) un joven pianista autodidacta que proclama su admiración por la pianista y, más tarde, su amor por ella, desbarata los pilares en que se fundamentaba su vida. Para una mujer a la que nunca ha amado un hombre (ella se ha encargado de asegurarse, algo de lo que se vanagloria al afirmar que nunca sus sentimientos –que se jacta de no tener- podrán vencer su inteligencia) la llegada de un talentoso joven, deportista y con éxito entre las mujeres, dispuesto a amarla, supone una oportunidad que Erika se encargará de estropear para, de esta moda, descubrir lo que significa para ella el amor. A este fin sirve la penúltima (soberbia) secuencia, un largo plano en el que la protagonista espera a que llegue Walter al concierto en el que ella va a tomar parte antes de acometer una acción definitiva, coherente con unas ideas propias que han sido derrotadas por los sentimientos.
"La pianista" es la historia de una capitulación, la de la preeminencia del sexo sobre el amor, pese a la carga de la impropia manera de llegar a esta conclusión. El doloroso descubrimiento de una parte anestesiada de la personalidad de Erika se opera con sigilo a lo largo de la segunda mitad del metraje, aunque Haneke es muy hábil a la hora de revestirlo de cotidianeidad, de normalidad, a la hora de desviar el enfoque hacia la reacción de desengaño de Walter -que es la del espectador- ante la doble realidad de Erika. No obstante, el choque que vivimos en primera persona junto a Walter también lo sufre ella. Ambos son incapaces de entregarse a su amor de la forma en que desea cada uno. Pese a la insólita manera en que se desencadenan los sucesos –en principio exclusivamente sexuales-, Haneke consigue que el espectador sienta en todo momento los instantes que acercan a los amantes por medio de un manejo excepcional del tiempo, ya sea con largos planos-secuencia (que además evidencian el lucimiento de la mejor actriz que podemos encontrarnos ahora mismo en una pantalla de cine) o con el alargamiento de secuencias de vital importancia por medio del uso de los espacios (el primer encuentro de los amantes).
En suma, "La pianista" es una experiencia límite dentro del terreno del melodrama, una nueva y violenta inquisición en la fachada de civilización de la Europa de inicios de siglo a cargo de Michael Haneke, un experto en mostrar al espectador aquello que sabe que existe pero que ni suele ni gusta de ver.

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