El largometraje de Ridley Scott se asemeja más a un
film como La Sombra del Reino que a la potente e intensa Syriana. Una
vez matizados estos aspectos, hay que rendirse al talento del cineasta
británico, que nos regala una trepidante muestra de lo que debería ser
el cine comercial norteamericano. Y lo hace sin estridencias ni
atropellamientos, con una dirección magnífica que no apabulla al
espectador y que lo hace partícipe de la historia que está contando.
William Monahan le aporta una consistencia al guión de la que suelen
adolecer este tipo de producciones; los personajes están bien
construidos -especialmente los de Crowe y Strong- y el desarrollo de la
historia es coherente y creíble, aunque en el último acto se le va un
poco de las manos. Por supuesto, de lo mejorcito de la película es la
presencia de un soberbio Russell Crowe, que se come la pantalla -y a
DiCaprio- en cada aparición. Sorprendente es la interpretación de Mark
Strong, que al igual que Crowe, se come a DiCaprio en todas las escenas
que comparten.
fuente: muchocine.net

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