Road movie: el sol abrasa la cabeza de Travis, que
lleva un sombrero ridículo y un traje de ejecutivo triste y desaliñado.
No sabe quién es: como casi todos. Está solo y fatiga el desierto
despojado de heroísmo, desafectado de esa épica viril de los que
regresan de la nada, del infierno, para resolver las incógnitas que no
despejaron antes de la fuga. El infierno es también la ciudad y el neón
de sus sueños: Travis, un incomensurable Harry Dean Stanton, es un John
Wayne amnésico, un pistolero pacífico que busca la recompensa clavada en
el árbol, ese tipo taciturno, quemado por una vida burda y patética,
pero conjurado a encontrarse de nuevo y a recabar los hilos que no anudó
y que todavía son agitados, ajenos a la biografía de su dueño, por el
viento cancerígeno del desierto de Texas.
Errático, no viaja por la tierra, no ocupa veredas y caminos, moteles cutres de carreteras secundarias y paisajes abismales que parecen no consolar la vista jamás: lo que hace Travis es andar hacia dentro, descubrirse en su estajanovista periplo de ciudadano puro y fascinado por la incertidumbre de no saber. ¿ O es que nosotros, aparentemente cuerdos y dueños de nuestros destino, sabemos quiénes somos ?
Film escasamente dialogado salvo en su tramo final cuando verdaderamente las palabras son precisas. Antes, durante el viaje de Travis hacia su redención, hablan las imágenes, que son portentosas como pocas veces hemos visto en el cine reciente.
Alrededor, como un manto de serenidad, la música de Ry Cooder, una banda sonora fascinante que se matrimonia a la perfección con la historia de pérdidas y de fracasos, de azar y de perdón que Sam Shepherd, un autor muy injustamente infravalorado, adapta para que Wenders haga su mejor película. Una Obra Maestra del Cine.
Errático, no viaja por la tierra, no ocupa veredas y caminos, moteles cutres de carreteras secundarias y paisajes abismales que parecen no consolar la vista jamás: lo que hace Travis es andar hacia dentro, descubrirse en su estajanovista periplo de ciudadano puro y fascinado por la incertidumbre de no saber. ¿ O es que nosotros, aparentemente cuerdos y dueños de nuestros destino, sabemos quiénes somos ?
Film escasamente dialogado salvo en su tramo final cuando verdaderamente las palabras son precisas. Antes, durante el viaje de Travis hacia su redención, hablan las imágenes, que son portentosas como pocas veces hemos visto en el cine reciente.
Alrededor, como un manto de serenidad, la música de Ry Cooder, una banda sonora fascinante que se matrimonia a la perfección con la historia de pérdidas y de fracasos, de azar y de perdón que Sam Shepherd, un autor muy injustamente infravalorado, adapta para que Wenders haga su mejor película. Una Obra Maestra del Cine.
fuente: muchocine.net

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