lunes, 16 de abril de 2012

El cielo sobre Berlín (1987) - Wim Wenders


Lo que no conocen los ángeles. Aunque tocados por el don de la inmortalidad, y de la bondad, son simples testigos de lo que hacen los humanos. Su visión es en blanco y negro y no son capaces de notar ni tan siquiera las gotas de la lluvia sobre su cabeza. No saben que el rojo es el color de la pasión, o de la sangre. No entiende de dolor, pero tampoco de sentimientos.
Hacia tan sólo tres años que Wim Wenders había convencido definitivamente a los cinéfilos con “Paris Texas” cuando en 1987 afrontaba su obra más ambiciosa, “Cielo sobre Berlín”, también conocida como “Las alas del deseo”. En ella, dos ángeles Damiel (Bruno Ganz) y Cassiel (Otto Sander) observan a las criaturas humanas y les acompañan, aunque sólo sea por unos instantes, para insuflarles ánimo y sensatez. Pero esta existencia demasiado espiritual se revelará insuficiente para uno de ellos, Damiel, y más cuando sienta los coletazos del deseo al acercarse a una muy terrenal trapecista, Marion (Solveig Dommartin, por entonces la compañera de Wenders).
Las imágenes son prodigiosas. La composición de los planos se distribuye en una geometría perfecta. Los planos aéreos adquieren una misticidad única. Y la interpretación de Bruno Ganz, mucho antes que se pusiera bigote para dar vida, en esa ocasión, a un demonio llamado Hitler en “El hundimiento”, es de las que hacen época.
Impresionantes son sus primeros planos. Y el balanceo de Marion, con sus alas de pega circenses, de lo más tentador.
Y aunque sólo sea por una secuencia, una sola secuencia, la visión de “Cielo sobre Berlín” ya merece la pena. Ésta es la de la biblioteca, un espacio que es cuna de nuevos conocimientos e ideas, pero que también se convierte en el refugio de los ángeles, mientras la cámara se mueve entre sus pasillos, dependencias y plantas como si fuera etérea. Una cámara suave, elegante y delicada, también agraciada por la espiritualidad y lo imperecedero.
Wenders realizó un poema de amor a la humanidad. Y todo sería perfecto como para alcanzar el éxtasis, si no fuera por el guión repleto de reflexiones en voz alta que a veces no conducen a nada.

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