Un matrimonio huye de la ciudad pero, en realidad no
va a ningún sitio: ésa es la paradoja de estos tiempos. La fuga no es
posible: uno está dentro de uno mismo y únicamente existe la ilusión de
la fuga. Todo lo demás es fidelidad a un modelo de sociedad carcomida,
aliñada con pánico y sustentada por un fondo orquestal subliminal de
violínes agresivos que arañan el aire y sangran el porvenir.
Esta Europa está herida: Haneke ausculta el
terror, enfoca la brutalidad del ser humano cuando lucha por su
supervivencia. La demolición de los valores sobre los que se construye
toda sociedad fomenta un relato mesiánico, que ronda la ciencia-ficción,
pero que podría entenderse como un melodrama apocalíptico, un cuento de
hadas nucleares con estaciones de metro fantasmagóricas, campos grises y
desiertos y la diáspora del alma humana al rincón más sórdido de su
reverso.
La desolación circula por segundo de la película.
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