Una vez hace ya tiempo me llamaron la atención las palabras que le oí decir a un chico delante mío en el tren. Este chico hablaba de Memento con otra chica a la que decía: “Memento es que es demasiado enrevesada… ¡en cambio las películas simples gustan a todos!”. Todavía recuerdo esta frase: “las películas simples gustan a todos”, porque creo que es una idea muy importante para comprender por qué hay gente que no valora esta película.
Los espectadores estamos acostumbrados a que nos lo den todo hecho, a que con pequeñas inferencias de nuestra mente y con nuestra propia experiencia podamos rellenar sin ni siquiera darnos cuenta de ello, todos los vacíos y elipsis de una película. Estamos acostumbrados a ver la TV a todas horas, a la que denominamos “caja tonta”. Pero… ¿no será que somos nosotros la “caja tonta”? Al fin y al cabo somos nosotros los que nos plantamos delante de la pantalla de TV o de cine y digerimos el rollo que nos cuentan. Y luego cuando aparece una película como Memento, muchos la critican argumentando que es “complicada”. Esto demuestra que la mayoría del público no está todavía preparado para películas de este tipo, en las que el director no cree en la figura del espectador pasivo, sino que quiere que de forma activa nos impliquemos con lo que estamos viendo.
Memento no es una película cualquiera. No quiero decir con esto que sea una película para gente inteligente y entendida, simplemente quiero decir que se dirige a un público que esté dispuesto a hacer algo más que sentarse delante de la pantalla, a un público que quiera pensar, interpretar, involucrarse, no sólo mirar. Es cierto que Memento exige un esfuerzo a veces muy considerable por parte del espectador para seguir la trama, pero yo creo que es una buena manera de ver algo distinto, innovador y de hacer un buen ejercicio de memoria y atención. Realmente llegamos a estar en la cabeza de ese hombre, Leonard Shelby, y sentimos el agobio que para él supone no recordar nada que haya sucedido hace más de 15 minutos. El director nos pone a prueba metiéndonos completamente en la piel del personaje y haciendo que nos perdamos en el tiempo.
Hay una frase en la película que me impactó especialmente: “No me acuerdo de olvidarte”. Creo que es el título perfecto para otra película. Es lo que dice Leonard, mientras quema recuerdos de su novia fallecida. Es muy triste, pero ni siquiera sabe si ya lo ha hecho otras veces anteriormente. No hay nada peor que vivir con recuerdos que te atormenten. Bueno, sí lo hay: es peor aún ser incapaz de apreciar el paso del tiempo para poder intentar olvidar esos recuerdos. Tiene que ser muy duro levantarse cada día con la sensación de que aquel recuerdo que te hace tanto daño ha pasado el día anterior,y que cada día sucederá lo mismo, sin que la huella del tiempo pueda borrar el dolor que llevas dentro.
Después de esto voy a centrarme en criticar el aspecto más significativo de esta película: el peculiar uso del tiempo. Cuando se narra una historia lo habitual es saltarse ciertos pasos que los espectadores debemos rellenar, como por ejemplo el hecho de que veamos a un personaje salir de su casa y en el siguiente plano lo veamos subido en el metro. No sabemos el tiempo que ha pasado, pero tampoco es relevante. Sabemos que es el tiempo que ha tardado en llegar al metro y no nos hace falta más. Sin embargo en Memento reconstruir el tiempo es mucho más complicado que esto. En la película da la impresión de que hay momentos en los que se nos dan menos datos de los necesarios para comprender la historia y otros en los que sucede todo lo contrario: de repente nos encontramos perdidos, saturados de información. Pero esto no está hecho sin querer ni mucho menos, sino que se trata de una deliberada estrategia narrativa para hacernos entrar completamente en la piel del protagonista y hacernos sentir lo que él siente: amnesia. La película llega a ser a veces tan agobiante, tan estresante, que de verdad parece que hayas sufrido esta enfermedad durante las dos horas de proyección. El director, Christopher Nolan, tiene una capacidad increíble para manejar el tiempo con gran maestría. Casi nunca nos deja ver más allá de lo que ve el propio personaje (hace una excepción con la chica, Carrie-Anne Moss, a la que podemos ver en varias ocasiones perjudicándole sin que él lo sepa). Sus ojos son nuestros ojos y aunque creamos al finalizar una secuencia haber entendido la situación y conocer más a los demás personajes con los que se cruza Leonard Shelby, al comenzar la siguiente secuencia tenemos que volver a reorganizar la historia desde el principio y nos sentimos tan desamparados como él. La información se nos da en pequeñas píldoras con las que vamos complementando lo que ya sabíamos o creíamos saber. Terminamos desconfiando de todo y de todos y el desenlace de la película es tan sólo la puerta abierta a la secuela de ese inmenso quebradero de cabeza que es vivir en el desconcierto en el que vive Leonard. Ya no sólo por su enfermedad, sino porque persigue una verdad que, aunque él la ve como cierta, nosotros dudamos de ella, y esto sólo nos hace sentir lástima por él, porque vive sumido en una espiral entre sentimiento de culpa y de venganza, que quizás no sea real.
Como indica Alfonso Palazón en su libro “Lenguaje Audiovisual” la figura clave de estos vacíos temporales, de las elipsis, como elemento de continuidad en un argumento, es el raccord. El raccord en principio es difícil de captar en Memento, pero al cabo de dos o tres secuencias el espectador se acostumbra a esa forma de narrar y a esa estructura repetitiva del contenido. Todas las secuencias comienzan en donde termina la siguiente de manera que nos vemos engullidos por un continuo flash-back. Es muy complicado encasillar este film dentro de cualquiera de las relaciones temporales entre planos que indica el profesor Palazón, pero se podría decir que Memento emplea continuamente retrocesos. Son retrocesos indefinidos, porque muchas veces no llegamos a saber el tiempo que transcurre.
La planificación que requiere esta película, tanto a la hora de escribir el guión, como de rodar, como a la hora de postproducir (puesto que el montaje juega un papel importantísimo en el resultado final de Memento) es digna de admiración. Todo está perfectamente calculado para que finalmente cuadre el conjunto, cuando parece que las partes son un auténtico caos de imágenes e información.
Quizás el público actual no esté preparado todavía para este tipo de películas, pero lo que si está claro es que Christopher Nolan hizo una apuesta muy arriesgada, una apuesta distinta y revolucionó por completo la estructura clásica del film que reconocemos hoy día. Después de todo, es así como avanzamos y nos superamos los seres humanos en todas nuestras facetas, rompiendo con lo establecido, y Nolan rompe las leyes del orden cinematográfico para dar lugar a una película interesante y que nadie debería dejar de ver (yo recomiendo verla más de una vez, para atar cabos sueltos que haya podido dejar el primer visionado). Memento es una película adelantada a su tiempo, una película del futuro. A lo mejor algún día todos la veamos y recordemos que fue la pionera en esta especial forma de narrar.
fuente: despazio.net

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